Cómplice:
¿Cómo estás? ¿Qué dicen los sismos de septiembre? ¿Recuerdas donde estabas hace media década cuando a eso de la 1 y media el país se movió, luego se paralizó y finalmente todo cambió? Con entereza te puedo decir que sí y que no sabía cuánto se iba a mover el piso bajo mis pies.
Cómo es mi costumbre te escribo de prisa mientras estoy en una sala de espera del tercermundista Aeropuerto Internacional de Tijuana. Te preguntaras qué hago acá. La respuesta es corta.
Vine al otro lado de la frontera a la boda de mi hermano. Pero para mi sorpresa este viaje a California me ayudo a curarme esta herida que insisto en mantener abierta.
Por meses me aferré a creer que el amor era una emoción que se veía en momentos extremos, cuando uno estaba quebrado o se pedía un voto de confianza. Sin embargo, en unos días mi idea del amor cambió. Hoy tengo certeza de que el amor propio y al prójimo (y su gemela la lealtad), también, se practica a diario y en pequeños gestos: en él buenos días al despertar, en la sonrisa al regresar de trabajar y en abrazo antes de dormir.
Me termine de perder en las calles de San Diego para saber que ya me había encontrado en mi vida otra vez y que la esperanza por amor seguía en mí. Frente al mar me jure cuidarme y protegerme y de igual forma me hice la promesa darme todo ese amor que espero darle a la vida.
El regreso a México me emociona porque tengo nuevos planes, nuevas metas y muchas ganas de aprender a construirlas con esfuerzo, paciencia y humildad. El regreso no me pesa ni me acongoja como en otros tiempos.
Espero tener mucho tiempo para poner en práctica todas esas lecciones y que tenga una oportunidad de conocer el amor desde esta nueva óptica. Quiero que este viaje marque la dirección a la que si me conviene ir.
Mi camarada te tengo que dejar porque el avión ya casi despega y quiero que tengas tiempo de leer estas líneas antes del amanecer en nuestra nueva vida.
Qué suene desde la cabina el sabor de boricua porque a casa regreso contento y listo para lo que venga: “A veces llega la lluvia para limpiar las herida; a veces solo una gota puede vencer la sequía. Y para qué llorar, pa' qué. Si duele una pena, se olvida. Y para qué sufrir, pa' qué. Si así es la vida, hay que vivirla.”
Alejandro