miércoles, 18 de enero de 2023

Flores y un casio

 Cómplice:

¿Cómo va la cuesta de enero? ¿Te has parado en el gimnasio o sigues simulando? ¿Ya empezaste la dieta para bajar los kilos que ganaste por tu propensión a comer por ansiedad? ¿Qué tal el frío por las noches en esa cama que compartes contigo mismo?

Esta mañana mientras me nutría de la lista de bufonadas que realizó el líder presidencial en su circo matutino, llegué a la conclusión de que somos la generación de los corazones rotos. Sin embargo, el problema no es tener el corazón como rompecabezas, si no decidir qué se hace cuando se vive con desamor. 

Desde mi óptima miope veo dos caminos. Por un lado podemos ser como la chica de Barranquilla y exponer (calculadamente) ante todos que la expareja carece de dos de frente. Exponer a esa persona que abandonó una buena fortuna por cualquier baratija. Por el otro, podemos ser como la chica de la sonrisa sureña y acompañar el trago amargo del abandono con ganas de salir adelante por uno mismo. 

Confieso que coqueteo con ambas ideas. En muchas ocasiones, mi desesperación, por haber sido abandonado, me llevo a decirme a mí y a mis conocidos que me habían cambiado por una persona que no era ni la mitad de hombre de lo que yo encarnaba. Esa otra persona no daba la talla ni en panza ni en calidad de esposo. 

Las ideas sin control escalaron. Las dudas y las inseguridad en mi cabeza me hicieron concluir que, tal vez, yo no era un Rolex, pero si un Casio y que me habían cambiado por un cachivache de novedad de Shein. Deseaba que esta persona se arrepintiera de su pésima decisión. 

Me pregunto si tenía derecho a este berrinche. Es posible que no lo tuviera, pero aceptar mi dolor y sanarlo si es mi responsabilidad. Es ahí donde ando. 

En otros pocos momentos y con mucho apoyo de mis amigos y mis medicamentos para la ansiedad, empecé a repetirme que el amor que necesitaba debería provenir de mí mismo y de nadie más. Si alguien me iba apachar, si alguien iba a escribir mi nombre en la arena y si alguien me haría compañía esa persona sería yo mismo. 

El dolor del desamor no iba a desaparecer con una canción; esta ciudad seguiría siendo el hogar de ambos, y este no sería el última vez que tendría que enfrentar una decepción. Lo que si está en mis manos es la dirección que le voy a dar a mis voluminosas emociones y la cantidad de veces que pondré pretextos para llorar como personaje de telenovela. 

Mi autocuidado no puede ser desmedido ni narcisista. Ver por mí es una tarea que requiere atención, mesura y evitar dañar a terceros.   

Tuve que tomar una decisión y vivo con ella. Entonces, acepté que si quería flores (que sí me gustaran), sería yo quien las comprarías. También, acepté que parezco más a un confiable Casio, que resiste los malos tiempos, que a un lujoso marca-tiempos de función contemplativa. 

No necesité tomar una posición exagerada donde no estoy cómodo ni seguir un ritmo que no me quedaba. 

Cada día como hace 33 años y fracción voy a seguir a mi corazón. Sí, mi corazón que con sus latidos, a veces de emoción y otras veces de temor, me marca el compás para mi deambular y que, por supuesto, tiene una cadencia pegajosa.  

Te dejo mi cómplice, es momento de ver que hace el Sr. López con el aeropuerto de la ciudad y seguir con mucho brío. 

Con mucho cariño,

Alejandro.

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