Cómplice:
¿Despertaste con el suave cantar de la alerta sísmica de la CDMX? ¿Ya empezaste a reconsiderar eso de vivir por encima del quinto piso? ¿Fuiste tan afortunado como yo que no sintió el sismo michoacano porque el insomnio no te invadió por primera vez en meses? ¿Qué se siente que la tierra se siga moviendo mientras tú te sientes petrificado?
Como sabes llevo unos meses asistiendo a sesiones con Delfos, un prominente psicólogo y sexólogo sudamericano, que como su tocayo, me ha mostrado mi pasado, mi presente y mis posibles futuros ahora que soy este hombre soltero. Semana tras semana, mi oráculo en renta me ha enfrentado a mi realidad; me ha orientado en este paraje sin norte, y me ha detenido cuando le hago ojitos a las salidas tangentes para escapar de este sufrimiento.
La terapia ha sido un proceso duro porque me cuesta seguir al pie de la letra las recomendaciones, advertencias y argumentos que forjo con Delfos. Tampoco me convencen los bien intencionados discursos de los demás que, como un coro afinado, me repiten la misma letanía de valoración externa que inunda la terapia. De hecho, me sorprende que el médico, el cocinero y el contador, todos amigos entrañables y sin conocerse entre sí, me repitan una a una cada palabra que usa el loquero.
En mi última sesión, Delfos y yo hicimos un ejercicio de rendición de cuentas a mi corazón. Armamos un informe de resultados a 4 meses de terapia con el estilo más tecnócrata que pudimos encontrar. El legemante me informó, contundentemente, que he encontrado un rumbo; que he logrado cuidar de mí a pesar de haberme abandonado, y que he vivido aunque pensé que no habría vida sin él.
Me parece muy extraño lo que dijo e incluso me reí por incredulidad. Si soy sincero, me entiendo ciego, sordo y, por voluntad, mudo ante todas esas "prominentes hazañas" que me dicen que he alcanzado. Mi dolor, mi frustración y mi soledad no me permiten aceptar que el risco sigue en pie después de una tormentilla más, que este herido jabalí está listo para cazar de nuevo y que este hombre de cristal es más fuerte que un desamor sodomita.
Sé que si el río suena, es porque agua lleva. Sin peros, voy a dar crédito a esta narrativa que me rodea. En el fondo lo sé: (me) tengo fe. Si no la tuviera, entonces hubiera abandonado la terapia; lloraría más de lo que lo hago, y no sería el gordo homosexual que habita en el apartamento con la mejor vista del sur de la Chilangolandia.
Dejaré que el río siga su curso. Es posible que en el siguiente puerto las risas estén al orden del día y los abrazos no tengan peajes ni cobros ocultos.
Sigamos con el día laboral y confiemos en las palabras de Conchita Wurst, la reina barbuda de Austria, cuando dice que "you will have another grand romance. Like it's do or die. Never giving in. Always let your heart win [...] Sometimes it's just gonna hurt (yeah), but you gonna live and learn (yeah). You're stronger than you believe you are... you are unstoppable!"
Alejandro
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