viernes, 18 de noviembre de 2022

Las mentiras que me digo (y que te digo)

Cómplice:

¿Qué piensas de este cálido y húmedo otoño?¿Dónde te agarró la lluvia de ayer en la noche? ¿Estabas en casa protegiéndote de tus emociones o te sentías valiente para estar afuera exponiéndote a que cualquier golpe reventará la cicatriz en el pecho que crees que va sanando? 

Hoy se cumplen 8 meses de ese día. Hoy me siento roto como ese día, pero no hago escalados por ese dolor. Hoy me levanté, fui a clase, luego llegué a trabajar y, finalmente, por la noche, saldré a cazar una nueva presa en las fiestas "underground" a las que asisto como el último jabalí de la Del Valle. 

Si te cruzas conmigo en el metro, por los pasillos de mi oficina o por las escaleras de mi condominio, me verás con una sonrisa. Si te topas conmigo verás a un adulto funcional que cumple con sus tareas. Si llegas a estar cara a cara conmigo verás que por alguna razón me estoy esforzando por continuar. 

Sin embargo, no es real esa sonrisa, ni el compromiso con mi trabajo ni mis esfuerzos por salir adelante. Son productos artificiales construidos bajo la falsa promesa de que si me repito un millón de veces que estoy bien, entonces en algún momento mi corazón, mi orgullo y mi libido no estará heridos. 

Más a menudo de los que me atrevo a aceptar, oculto mis heridas infectadas a todas y todos los amorosos seres que me quieren. Con mucha frecuencia, mis palabras deseándote un buen día o alegrándome por verte no son verdad. Hay pocas veces que las buenas vibras que emanan de mi boca son buenas, casi siempre son artificios emocionales para el mundo y para mí. 

No quiero decir que soy una mala persona, aunque si me convertí en un gran hipócrita con todos a mi alrededor. Tengo que reconocer que a cambio de no sentirme solo y derrotado, intento estafar a todos, incluso a mí con un afecto que no siento. Las mentiras que me digo (y que te digo) son producto de un deseo desesperado de dejar de ser el triste gordo con el corazón roto.

He caído en esta farsa para no darle lástima al mundo y no darme lástima a mí. Tengo la percepción de que mi amada colección de amistades ya no puede con la carga del Alejandro, el abandonado. Me he dado cuenta que en mi chamba no ven con buenos ojos mi seriedad y mi distancia a tantos meses de mi accidente. Detecto que mi mamá y mi hijo ya no pueden con un patriarca con el bastón roto por la mitad y que no es capaz de cuidar a su familia. 

Me tengo que mentir porque la licencia de dolor se acabo hace algún tiempo. Me dedico a ocultar mis viejos y nuevos errores porque el peso  de mis responsabilidades sobre mis hombros no se reduce. Finalmente, me hago el fuerte porque el dolor no me va a dar de comer, no pagará las cuentas y no lo traerá de nuevo. 

El dolor, así como lo siento, no me dejará nada a favor. Es más, me quitará más de lo que realmente se fue de mi vida. 

Después de esta sesión de confesionario, me voy a pedir perdón una vez más sin esperar una bandera blanca de la vida. Eso no existe. 

Con calma seguiré con mi revisión del informe mensual del INEGI sobre inflación y escucharé a través de mis audífonos a Dido, quien con templanza dice que "I'll let it pass and hold my tongue. And you will think that I've moved on. I will go down with this ship. And I won't put my hands up and surrender. There will be no white flag above my door. I'm in love and always will be." 

Alejandro

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