sábado, 30 de noviembre de 2019

Repeticiones innecesarias

Querido cómplice:

Estoy agotado, aunque he dormido más tiempo.

Hace unos momentos tuve una fricción extraña producto de los heridas a las que insistimos en quitarle las costras. No han sido buenos momentos, sin embargo ya no tengo otra cosa que hacer que esperar y llorar lo que tenga que llorar.

Estoy cansando y hace un poco de frío. Me voy a la cama, descansa mi amigo.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Con fugas aún sirve este florero

Querido cómplice:

Buenos días. ¿Cómo va el cambio de clima? ¿Ya desempolvaste las chamarras para nieve que innecesariamente usas en la Ciudad de México cuando la temperatura ronda los diez grados celsius? ¿Listo para un frío invierno en soledad?

Cada día se ha vuelto más difícil que el anterior, será que cada vez siento mi corazón más roto. No importa bien las etapas de proceso, el resultado es el mismo: me siento destrozado, en pedazos y sin mucha energía.

Últimamente regrese a rezar, y no lo hago por mí. Me considero un condenado por mis actos. Lo hago por él. Rezo porque la tormenta que es su mente paré y encuentre paz. No puedo hacer otra cosa.

Siempre pensé que era exagerado cuando en poemas y cartas de amor, los autores hablaban de pasar en vela toda la noche. Pero, ahora que me ha tocado pelar los ojos por horas sin conciliar el sueño me he dado cuenta que mi peor enemigo es mi propia mente.

Incluso este texto no es más que un grito de ayuda de quien desesperadamente pide que lo abracen, que lo protejan y le cuiden el sueño por el resto de su vida.

Cuando pienso en una solución al momento que vivo, no puedo dejar de pensar en esa idea mediocre de ser una ave a la que no le enseñaron a volar y que a traspiés ha logrado levantar el vuelo por grandes distancias. Y tuerzo los ojos al recordar todas la veces que tenido que ofrecer una falsa reverencia a quienes amablemente me dicen que soy un ejemplo para quien con más hace mucho menos que yo.

Me molesta tener que justificar la desventaja que vivo todos los días. Me parece ridículo tener que asumir una actitud tibia y autoconvencerme de que con fugas aún sirve este florero. Estoy hastiado de tener que arreglar lazos afectivos de personas con los mismos problemas emocionales que los míos. No es un oficio que me genere mucho orgullo.

A diario, me toca decidir entre lo que es lo correcto (cuidar una madre, cuidar un hijo, cuidar un trabajo, cuidar una casa, cuidar una amistad, etcétera) y lo que mi mente me pide: pensar por y para mí mismo. Antes de ponerme los lentes y levantarme de la cama, me toca cumplir una promesa en lugar de pensar en cubrir mis necesidades.

Quisiera sólo un día, porque no me doy permiso de otra cosa, de amar y ser amado como lo demando. Sólo un día en el que él regresara y no hubiera culpas ni disgustos.

Sólo quiero que me carguen mis baterías si tengo que seguir con esta autoinflijida naturaleza.

Te dejo mi querido amigo porque me toca seguir vendiendo mi talento al mejor postor a cambio de tener otros cinco minutos de internet y frustración.

Ícaro






martes, 12 de noviembre de 2019

Bandera blanca

Querido Giordano:

¿Cómo estás? ¿Cómo te fue en tu presentación de esta mañana? No dudo que hayas tenido éxito y que por mucho le hayas demostrado a tus pares que tu talento es prodigioso.

Vengo hoy a decirte que ya no puedo seguir peleando. No tengo estomago ni los nervios para volver a los reclamos y malos entendidos mezclados entre cariños y lágrimas de amor. 

Ondeo esta bandera blanca para pedirte que si aún sientes algo por mí, por favor, detengamos esta masacre en contra de nuestro amor. No dudo que me quieres, por favor no dudes de mi amor. 

Es momento de dejarnos de hacer daño y pedirle a todos los malos sentimientos que se alejen. Vamos a abrazarnos un momento que duré hasta que las lágrimas se agoten y que el dolor desaparezca por completo. 

Ya no resisto estar en el campo de batalla. Por favor, voltea a ver mis ojos, tristes por lo mucho que te extraño. Por favor, concedamos a nuestras almas un minuto de paz.

Alejandro 

  


viernes, 8 de noviembre de 2019

Un botón remendado

Querido cómplice:

¿Cómo te fue en las festividades de muertos? ¿Fuiste por la calle pidiendo dulce o truco? ¿Este año tu disfraz fue el más aterrador? Espero que estés a reventar de pan de muerto y del famoso chocolate de la abuela.

Como bien sabes, me destaco por ocultarme del resto del mundo, a veces por miedo y otras más por inseguridad. Por ese motivo, durante años me esforcé por construir una armadura de simpatía y ñoñez que me hiciera agradable y me pusiera fuerza del blanco de las críticas.

Aunque, no siempre lo he logrado. Creo que a veces tenía el efecto contrario.

Los mismo años que he pasado protegiéndome, he pasado sufriendo por no sentirme amado. Por protegerme tanto años, evadí una de las preguntas más importantes de mi vida cuando por la calle veía a un hermoso gordo de grandes ojos y cara de idiota: ¿por qué quiero que me abrace ese HOMBRE?

Todos esos años, estuve huyendo de mí mismo y cuando por fin la calentura me enfrentó a la verdad, sólo aprendí a coger en lugar de a amar. Ciertamente, pasé de cama en cama sin quitarme esa sensual armadura que servía de imán de aquellos hombres de más de 100 kilogramos.

La promiscuidad me distrajo e inicie un par de relaciones que terminaron porque no me pude enseñar a amar. Y claramente no me refiero a aprender a escoger flores y puestos de tacos, o recitar canciones de Sam Smith, o a ponerme un condón texturizado. Hablo de enseñarme a ver por mi salud emocional y mental para poder desarrollar una convivencia sana con mi pareja.

Nunca le dí la importancia necesaria a aceptarme como era, las necesidades que tenía, y a comunicarme como mi corazón lo sentía. La fachada de seguridad, el buen amante y la compulsión por el orden llegaron para marcar el rumbo de mis relaciones.

Entonces, cuanto todo iba mal, cuando la armadura no alcanzaba para proteger mi alma vulnerable escapé en los brazos del primer gordo que respondiera por Whats al clásico "¿Dónde andas?"

Aunque me aseguraba que sólo necesitaba escapar ese día, la realidad es que necesitaba otra cosa: sentirme valorado, querido y respetado. Muchas veces por no romper la burbuja que amorosamente construí para Giordano, no tuve la valentía de decirle que su trato no era adecuado, que me había ofendido con sus desplantes y que todo el tiempo sentía que el mundo se venía encima, que compartiera la carga como era debido.

Me repetía a mi mismo que si lo arreglaba yo, todo podría salir bien. Me autoconvencía de que sólo se trataba de remendar cada botón, de lavar la ropa por los dos, de cocinar rápido aunque muriera de sueño y de callar cuando Giordano hacía un berrinche porque en el cine no había su sabor favorito de raspado.

Todos esos días fui yo quien hizo todo por los dos hasta que un día me lastime y lo lastime tanto que creo que nunca más podremos vernos a los ojos.

Me hacía el fuerte hasta que me hastiaba de mí mismo y salía corriendo. Dejaba de ser el caballero blanco que todas las madres quieren para su hijo homosexual para regresar a ser esa criatura sin rumbo y altamente abandonada.

Todo acabó cuando Giordano se dio cuenta, POR SEGUNDA VEZ, que mi promesa de no salir corriendo a fornicar con otros era una mentira. Le fallé al fallarme a mí mismo. Me fallé porque no supe decir a mi gordo hermoso que su actitud apestaba más que la ropa que no lavaba por perezoso, que con sexo no iba a compensar las horas que no pasaba con mi sobrino y que ignorar mis peticiones no era un hobby prolongable en el largo plazo.

No puedo negar que lo extraño, y a veces creo que también me extraña. Sin embargo, el vacío que me quedó en el corazón no se arregla con otra ronda de perlas negras en la Purí pagadas por tu tarjeta dorada.

Por eso, aunque nos amaramos, es momento de amarnos a nosotros mismos primero. (Tal vez, y sólo tal vez, si aprendemos a querernos a nosotros mismos atendiendo a nuestras almas y no a nuestros vacíos, podremos volvernos a ver a los ojos y repetirnos una vez más el juramento de amor que le hacía Mr. Big a Carrie: Siempre tuyo, siempre mío y siempre nuestro).

Hasta pronto mi amigo y recuerda el mantra de R. Andre Charles: if you can't love yourself, how in the hell you gonna love somebody else?

Alejandro


Si hay que seguir cuesta arriba


Querido Alejandro:

¿Cómo estás? Si mal no recuerdo has estado llorando, sufriendo por las heridas que te hiciste y por las chingaderas que le hiciste al hombre de tu vida. Las cosas no pueden estar peor, pero tu solito te las provocaste.

Es momento de que dejes de sentirte mal porque tu vida es un sinsentido. Aprende a darle sentido tu mismo, haz que cada momento sea valioso para ti y para los que amas, y deja de preguntarte por qué la carga es muy pesada.

No te voy a decir si Giordano regresó, ni te voy a decir si aprendiste a vivir sin él. Pero si te voy a decir que no puedes dejar que tu vida se te escape de las manos sólo por uno de los miles de errores que cometiste.

Ya es suficiente. Sí lo amaste y lo amas, no hay discusión. Sí te amó, siéntete afortunado. 

Si Giordano sigue con su vida sin ti, bendícelo. Si te espera la soledad, recuerda que el apapacho también es para uno mismo. Y si hay que seguir cuesta arriba, entonces toma impulso para que nada te detenga. 

Ahora es momento de que levantes la cabeza, disimula ese mal semblante y demuestrate que, aunque con pies de barro, eres ese coloso capaz de enfrentar el mundo, que tienes otra sonrisa que dar y que tu corazón sigues siendo bondadoso.

Y como diría Sam Smith: I'm not a saint, I'm more of a sinner; I don't wanna lose, but I fear for the winners; When I try to explain, the words run away; That's why I am stood here today and I'm gonna pray.

Un Alejandro, roto y que se ama a sí mismo.






domingo, 3 de noviembre de 2019

Ni orden ni dirección

Querido cómplice:

Te escribo al filo de la media noche porque no puedo dormir. Mi cabeza es una maraña de hilos enredados que cuando intento soltar se tuercen más.

Tengo pavor, mucho pavor, pero no puedo hacer nada. Mis errores tuvieron consecuencias y a Giordano mis te amo le sobran, aunque son lo que más anhela.

No sé a donde voy. No tengo ni orden ni dirección. Soy como esos barcos que su capitán peca de inexperiencia y poca preparación para la vida (en alta mar).

Me voy a cubrir los ojos para fingir que no me he equivocado y tal vez así despierte de este sueño macabro que provoque al abrirme la bragueta en lugar de decir que estaba frustrado.

Alejandro