viernes, 8 de noviembre de 2019

Un botón remendado

Querido cómplice:

¿Cómo te fue en las festividades de muertos? ¿Fuiste por la calle pidiendo dulce o truco? ¿Este año tu disfraz fue el más aterrador? Espero que estés a reventar de pan de muerto y del famoso chocolate de la abuela.

Como bien sabes, me destaco por ocultarme del resto del mundo, a veces por miedo y otras más por inseguridad. Por ese motivo, durante años me esforcé por construir una armadura de simpatía y ñoñez que me hiciera agradable y me pusiera fuerza del blanco de las críticas.

Aunque, no siempre lo he logrado. Creo que a veces tenía el efecto contrario.

Los mismo años que he pasado protegiéndome, he pasado sufriendo por no sentirme amado. Por protegerme tanto años, evadí una de las preguntas más importantes de mi vida cuando por la calle veía a un hermoso gordo de grandes ojos y cara de idiota: ¿por qué quiero que me abrace ese HOMBRE?

Todos esos años, estuve huyendo de mí mismo y cuando por fin la calentura me enfrentó a la verdad, sólo aprendí a coger en lugar de a amar. Ciertamente, pasé de cama en cama sin quitarme esa sensual armadura que servía de imán de aquellos hombres de más de 100 kilogramos.

La promiscuidad me distrajo e inicie un par de relaciones que terminaron porque no me pude enseñar a amar. Y claramente no me refiero a aprender a escoger flores y puestos de tacos, o recitar canciones de Sam Smith, o a ponerme un condón texturizado. Hablo de enseñarme a ver por mi salud emocional y mental para poder desarrollar una convivencia sana con mi pareja.

Nunca le dí la importancia necesaria a aceptarme como era, las necesidades que tenía, y a comunicarme como mi corazón lo sentía. La fachada de seguridad, el buen amante y la compulsión por el orden llegaron para marcar el rumbo de mis relaciones.

Entonces, cuanto todo iba mal, cuando la armadura no alcanzaba para proteger mi alma vulnerable escapé en los brazos del primer gordo que respondiera por Whats al clásico "¿Dónde andas?"

Aunque me aseguraba que sólo necesitaba escapar ese día, la realidad es que necesitaba otra cosa: sentirme valorado, querido y respetado. Muchas veces por no romper la burbuja que amorosamente construí para Giordano, no tuve la valentía de decirle que su trato no era adecuado, que me había ofendido con sus desplantes y que todo el tiempo sentía que el mundo se venía encima, que compartiera la carga como era debido.

Me repetía a mi mismo que si lo arreglaba yo, todo podría salir bien. Me autoconvencía de que sólo se trataba de remendar cada botón, de lavar la ropa por los dos, de cocinar rápido aunque muriera de sueño y de callar cuando Giordano hacía un berrinche porque en el cine no había su sabor favorito de raspado.

Todos esos días fui yo quien hizo todo por los dos hasta que un día me lastime y lo lastime tanto que creo que nunca más podremos vernos a los ojos.

Me hacía el fuerte hasta que me hastiaba de mí mismo y salía corriendo. Dejaba de ser el caballero blanco que todas las madres quieren para su hijo homosexual para regresar a ser esa criatura sin rumbo y altamente abandonada.

Todo acabó cuando Giordano se dio cuenta, POR SEGUNDA VEZ, que mi promesa de no salir corriendo a fornicar con otros era una mentira. Le fallé al fallarme a mí mismo. Me fallé porque no supe decir a mi gordo hermoso que su actitud apestaba más que la ropa que no lavaba por perezoso, que con sexo no iba a compensar las horas que no pasaba con mi sobrino y que ignorar mis peticiones no era un hobby prolongable en el largo plazo.

No puedo negar que lo extraño, y a veces creo que también me extraña. Sin embargo, el vacío que me quedó en el corazón no se arregla con otra ronda de perlas negras en la Purí pagadas por tu tarjeta dorada.

Por eso, aunque nos amaramos, es momento de amarnos a nosotros mismos primero. (Tal vez, y sólo tal vez, si aprendemos a querernos a nosotros mismos atendiendo a nuestras almas y no a nuestros vacíos, podremos volvernos a ver a los ojos y repetirnos una vez más el juramento de amor que le hacía Mr. Big a Carrie: Siempre tuyo, siempre mío y siempre nuestro).

Hasta pronto mi amigo y recuerda el mantra de R. Andre Charles: if you can't love yourself, how in the hell you gonna love somebody else?

Alejandro


No hay comentarios:

Publicar un comentario