Nota: Este texto surgió como una idea que tuve durante el confinamiento de la pandemia del COVID19 entre 2020 y 2022.
Tenía miedo de escribirlo a consecuencia del terror a aceptar que mi relación se había fracturado y que no tenía remedio. Sin embargo, para el verano de 2022 eso ya había pasado y tengo la sensación de que perdí el tiempo al no enfrentar mis sentimientos entonces.
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Espero que estés bien. ¿Te ha relajado el vivir encerrado a 4 paredes? ¿Qué se siente respirar el mismo aire una y otra vez? ¿No te hace falta la brisa del mar?
He empezado a tener miedo a mis propias ideas. Quisiera bloquear todas mis emociones para que éstas no den a luz sentencias que podrían lastimarme a mí y a la persona que tanto amo. Pero la locura y mi baja de dosis de antidepresivos no me permite controlar lo que pienso.
Cada día siento más rencor de la persona que comparte mi cama a consecuencia de las varias veces que por noche me despierto porque encuentro en "On" la lampara nupcial o la televisión sin razón. Cada desayuno me siento más erosionado por su desdén y su horrible costumbre de aventar el plato al frente cuando termina de engullirse su doble porción de alimentos. Cada momento siento más cólera por sus desmedidos berrinches asociados a la lenta velocidad del internet, a la ausencia de cupones para "boneless" o al anuncio de que otra película va a postergar su estreno por la pandemia.
No vivo preocupado de contraer esa desconocida enfermedad; vivo angustiado porque en cualquier momento mi osito dejará de ser manso para convertirse en un leviatán que hiere de muerte todo a su paso. Escudriño las habitaciones al entrar para evitar hacer un movimiento en falso e iniciar otra pelea que sólo se va apagar con otro pedido de 500 pesos más propina en Uber Eats.
Mi cabeza no está en otro lado más que en tener contento a mi marido. Mi marido no hace otra cosa que quejarse por sentirse como animal enjaulado. Lo que no hace es valorar las decisiones que lo llevaron a estar encerrado a piedra y loco: sus casi 3 décadas consumiendo comida chatarra, sus más de dos lustros ingiriendo alcohol y tabaco al por mayor y su larga vida estudiantil de malos hábitos de sueños e hidratación.
Cada vez que me obligo a tener la cabeza fría para que una discusión sólo sea un berrinche pequeño y no una tercera guerra mundial, me quiebro un poco más. Como el moho en la paredes de esta vieja casa, esa idea permea mi corazón: amar es una carga, más que una bendición.
Para dejar de pensar, para no enfrentarme a mi mismo y a él y para callar la voz de la cordura en mi cabeza, me voy a dormir otro par de horas. Cuando despierte, si el atardecer no ha llegado, haré una merienda frita; pero si la luna ya brilla, entonces haré un pedido de más de 5 mil calorías y lo esperaré mientras acompaño a mi gordo en su enésimo juego de the Age of Empires.
Empiezo a sentirme desesperado. Creo que tengo que tomar una decisión o voy a perder lo que más amo: a él.
Sin saber que consecuencia tendrá, voy a meter mi creatividad, mi imaginación y mi inspiración en una caja para que no haya dolor ni lagrimas. Me voy a concentrar en estar para mi pareja. No me quiero imaginar un mundo sin él; no me quiero enfrentar la verdad de su indiferencia; no me quiero sentir derrotado por perder mi matrimonio.
En mi camino voy en neutral de aquí en adelante, a pesar de las curvas o las pendientes.
Camarada, te dejo para practicar mi dicción pérdida en italiano. Seguiré recitando una canción cualquiera de T. Ferro: "Y en tiempos negros, te salvé la vida tantas veces y no supiste, eh. Descubrirás un día que te entregué mi vida y el sentimiento fue solamente mío. Tu amor fue casi nada; lo hice mi universo. Estoy roto, has extraviado un trozo de mí, eh. Ya fui demasiado bueno; hoy me rindo, ya no puedo más."
Alejandro
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