Nota:
Este texto fue escrito y editado entre octubre y diciembre de 2017. Accidentalmente, el texto omite una paquete de detalles y presenta algunas lagunas de tiempo sobre los hechos de la relación entre los protagonistas. Sin embargo, esta carta busca señalar el proceso de enamoramiento entre estos dos gordos amantes.
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Querido cómplice:
No puedo creer que ya pasó un año desde aquel día en el que me convertí
un empleado más de los medios de producción capitalistas. Hoy como hace 52
lunes, ingresé por esa horrible puerta blanca en el Departamento de la Familia.
Este día es el aniversario del momento en el que financieramente deje de ser un
niño universitario con los pies llenos de barro para convertirme en un
enajenado esclavo de la cadena de producción y consumo. Empero, eso hoy me
importa un reverendo pepino.
Compinche: ¡Estoy más que excitado! Y no hablo sobre el bulto que llevo
en la entrepierna casi todos los días a cualquier hora. Hablo de éxtasis. Estoy
emocionado porque desde algunas semanas charlo, como, juego, duermo, rio y
fornico con un bodoque que lo mismo me encandila con el Wii o me habla de
bioquímica avanzada en un inglés casi británico.
Camarada sé que vas a preguntar si este es otro de mis amores de 2
quincenas como los que acostumbro desde que proletariamente existo al sur de la
ciudad mexica. Y sí, es válida tu pregunta.
Pero, mientras observo mi tosco reflejo en los opacos cristales del
metro que me lleva a mi fábrica personal de frustración laboral, acepto que la respuesta
para esa interrogante es que “no tengo la menor puta idea.” Tengo que reconocer
que cuando conocí a Jürgen mi único fin era usar su culo como un medio de desahogo
para la frustración de un mal día en mi oficina.
Sin embargo, después de charlas alivianadas; de mensajes llenos de ternura;
fornicación salvaje, así como de noches enteras de dormir uno en brazos del
otros, un sentimiento está empezando dispersarse por este gordo de piel canela.
Un sentimiento que me pone muy de buenas.
Acá en corto te cuento que Jürgen es investigador en formación de la
Escuela de Química de la Universidad Autónoma Mexicana de la Nación. El gordito
de ojos color chocolate estudia el último semestre de un Master en Ciencias
Bioquímicas. Es un pequeño Goliat de unas 250 libras y con un suave y
prominente vientre como la porcelana. Jürgen y yo nos conocimos de la forma más
romántica en la cual nos podemos conocer los maricas milenials cuando estamos buscando “una relación seria y monógama” (giño
giño); mediante una famosa app: Growlr.
Esa noche estaba hastiado de las decisiones sin sentido de la burocracia
gubernamental. En aquel día, el gimnasio no parecía ser la solución. No quería
limitarme a verle el culo al gordito blanco que siempre saludo sin saber su
nombre en las caminadoras del gym. En
aquel día necesitaba liberar mi frustración de manera desenfadada. Entonces, la
búsqueda por la terapia empezó.
Abrí mis apps escudriñando por una sesión antiestrés; seleccioné a
varios candidatos para zarandearnos a través de un bamboleo horizontal, y el
elegido fue un chico con cierta mira tierna bajo el nombre de “J.” Mi efímero
terapeuta y yo empezamos a charlar; compartirnos algunas fotos impúdicas y acordamos
follar esa misma noche. Nos citamos en la salida norte del metro de la avenida
Popocatépetl y el Eje Central, porque “J” tenía lugar para la parchada.
Treinta cuatro minutos más tarde llegué al punto de reunión. Nos
presentamos cortésmente. Él me indicó que su nombre era Jürgen y me invitó a
entrar a su casa, la cual se encuentra a unas decenas de metros de la estación.
Caminé a buen paso y crucé el portón de la casa, al tiempo que me
presentaba como Ícaro. Unos segundos más tardes, mientras le arrancaba el
pantalón y la camiseta tipo polo color morada, le di el primer beso. Acto
seguido, intercambiábamos algunas caricias traviesas en su cama que me llevaron
a preguntarle de una manera picara: “¿Quieres ser mi mejor amigo?”
El gordito con los ojos como perlas de chocolates respondió al acabar de
reír “Ya en serio. ¿Me vas a decir eso para cachondearme?” Sin titubear me
desvestí lo más rápido que pude y al ritmo que me acariciaba en la entrepierna exclamé
que al terminar esa noche él iba a acceder a ser mi mejor amigo.
La noche se nos fue como agua. La química enfebreció sin necesidad de
catalizadores adicionales.
Cada uno disfrutó del otro lo que quiso y produjo placer con cada
repetición. Yo disfrutaba acariciar y morder por todos lados y él degustaba con
su boca por donde se le antojaba. Después de la tercera justa de moles, Jürgen
un tanto pícaro me abrazó, me dio un beso lento que respondí al tiempo que
cerraba los ojos.
Sin decir nada, este personaje se detuvo y me interrogó: “Ícaro, ¿tú
quieres ser mi mejor amigo?” y me abrazó sin decir más. Yo respondí estrujándolo
con fuerza: “Te lo dije. Claro que sí, niño.” El gordito con pecas en la nariz
se dejaba cobijar en mis brazos y sin darme cuenta que esa noche de sexo se
convertiría en otra cosa.
Para la tercera noche de nuestro primer encuentro, Jürgen y yo habíamos
quedado en vernos para repetir. A la tarde siguiente, un domingo fresco de
verano, mi pene volvió a ser un invitado en la intimidad de este gordito. Y el
miércoles siguiente se repitió la propuesta de ir a ver Netflix a la casa del gordito con nariz pecosa.
Ese miércoles llegué un poco más temprano. A eso de las 7:50 ya nos
estábamos saludando frente al zaguán verdoso de la casa de Jürgen. El acto se
repitió con más agilidad y con tanta conmoción que mis calzoncillos acabaron
sobre la pantalla de 28 pulgadas, la cual reproducían a todo volumen We bare Bears intentando opacar,
minúsculamente, las bufonadas de ambos.
En el colofón de los orgasmos, la charla típica de una joven pareja
comenzó con una dinámica natural. Finalmente, sin darme cuenta y dejando la
regla máxima el amante casual (Uno no
debe emocionarse de más después del sexo porque a veces un puro es sólo un puro
y un palo es sólo un palo) invité a cenar a Jürgen.
Acordamos una cena ligera en una pizzería de cadena: una pizza de
pepperoni familiar de 8 rebanadas para 4 personas y una soda de medio galón.
Después regresamos a su casa y en el camino íbamos hablando de cosas sin
sentido, de viajes pasados y de RuPaul’s
Drag Race. Todo el camino fuimos tomados de la mano.
De regreso en el cuarto de Jürgen, no me importó que ambos tuviéramos la
panza como balón por la comida. Desnude al gordito pecoso y empezó la acción por
tercera vez. Después, cuando ya me disponía a irme, antes de siquiera poder
decir algo, el gordito con ojos de perlas chocolatosas me reprimió el hecho de
irme sin bañarme.
Sabiendo que me cumplía una de mis más anheladas fantasías, Jürgen me
sugirió que juntos tomáramos una ducha. Para ello, con torpeza, me aventó una
toalla aventajada, él tomó otra igual, también se metió a la bolsa de su short un
par de mis condones y el lubricante, y, finalmente, me llevo de la mano al
baño.
Esa noche, antes de regresar a mi casa, nos comimos a besos en ese
descuidado baño amarillo. Mientras el jabón se deshacía en el piso y el agua
corría por todos lados, las caricias entre Jürgen y yo como preámbulo de la
despedida de esa noche y del inicio de un nosotros.
Mi compinche, han pasado casi tres meses desde esa primera cena con
pizza. Jürgen y yo empezamos una relación que hasta ahora me encanta por todo,
especialmente, porque es de dos y para dos.
Me emociona contarte que el cine abunda; que la comida no sobra; que el
respeto nos limita; que los consejos y las palabras de apoyo se compagina, y que
las risas me sobran desde aquel día. Creo que la dicha anda por acá.
Me despido deseándote lo mejor. Me voy al encuentro de mi gordito para nuestra
pizza de miércoles. Inicio mi viaje siguiendo la pista de La Oreja de van Gogh:
“Me gustaría inventar un país contigo para que las palabras como patria o
porvenir, bandera, nación, frontera, raza o destino tuvieran algún sentido para
mí […] Si tú también lo sientes, si a ti también te apetece, no lo pienses,
vámonos, ya somos dos. ¿Por qué no me das la mano y nos cogemos este barco celebrando
con un beso que hoy es hoy? Que nuestra patria existe donde estemos tú y yo; que
todo estará cerca si cerca estamos los dos.”
Alejandro (Ícaro)