lunes, 21 de agosto de 2023

Hermes o baje la cabeza y acepte, por primera vez, un “no.”

 Mi cómplice:

¿Cómo has estado? ¿Que piensas de nuestra nueva reina Wendy? También sientes que la ciudad cambió en poco tiempo. 

No puedo evitar sentirme mal por haberte olvido por tantas semanas. Fue mi culpa.

Olvide que el papel digital y tinta la electrónica es un mejor remedio para arreglar mi mundo. Había tomado la decisión de callar mis inseguridades con excesos de panzas y noches de insomnio.

En estas semanas tuve un regalo de la vida que no supone que recibí y que, por tanto, no valoré. En unos días a mi vida llegó un gordito con una voz tranquilizante y con alma tan compresiva que hasta parece que lo soñé.

Sin darme cuenta, Hermès llegó para acompañar el vuelo de este Ícaro. Recordarme que las alas son un don y no una maldición y que lo rico aunque engorde también es bueno para el alma. 

Hace unas semanas conocí a un bonachón que me movió el piso; que me recordó que la pasión sigue en mí; que me enseñó que el amor aunque sea breve también vale la pena. 

No me siento listo, no quiero perder el control y no me he preparado para una relación. Sin embargo, Hermès con su voz reconfortante, su increíble mente y su libido tan grande como su panza, me sacudió. 

Ese abrazo, ese beso y esa palabra que me dio cuando menos lo esperaba no tuvo igual. Ardí, brille y retumbe como nunca en mi vida. 

Nos hicimos uno en segundos. Sin embargo, en otros pocos segundos también descubrimos que tanta fuerza no debe ir  junta. 

Las razones por las que esta hoguera de amor se extinguió son las mismas de siempre: mi miedo, mi falta de autocontrol sexual y mi credulidad. De su lado también hubo evidencia de nuestra incompatibilidad. Él sabe lo que nadie vale que le rompan el corazón; él quiere que su pareja sea leal y congruente, y él ya pagó el precio de dar sin pedir nada. 

Sabiendo todo esto, Hermès dijo “No.” Entonces,  yo hice berrinche, yo me quebré y estuve a punto de suplicar. Pero al pasar unos minutos, al serenar mi cabeza y al agradecer ese abrazo, baje la cabeza y acepte, por primera vez, un “no.”

Mi cómplice, me tengo que retirar sabiendo hay allá afuera alguien bueno que estuvo para mí aunque fue por un momento y se lo agradezco al universo. Es hora de recorrer en Metro esta ciudad consistente que “ I'm a patchwork lover with a quilted heart and you sewed my stitches that fall apart so easily… My love.”

Ícaro

miércoles, 12 de abril de 2023

Un martes de entrenamiento

 Mi cómplice:

¿Cómo te ha ido en estas semanas de silencio? ¿Todo en orden o será que aprendiste como yo a vivir las crisis en silecio? ¿Hay avances en el gobierno de las emociones o sólo es simulación como la del gestión del Lic. López?

Creo que no te conté que como parte del proceso de recuperación de mi amputación nupcial empecé nuevas actividades. Desde mediados del año pasado, me enrolé en un equipo de rugby. Fue un experimento emocional. Asistí a la primera práctica pensando que si hacía un deporte de neandertales como este, entonces me doliera más mi carne que mi espiritu.  

Sin embargo, lo que encontré ahí no fueron golpes sin sentido, ni machos emanando piropos a toda femina que se acercaba o gente sin cerebro que corría tras un balón en forma de óvalo. Desde el minuto uno, estuve rodeado de gente amable que quería jugar al rugby sin importar si eras maricón, suplanucas o si adorabas al dios de un ojo. 

Me costó varias semanas, muchas horas viendo videos de jugadas e infinidad de preguntas riduculas al coach, pero al final entendía en consitía la batalla a campo abierto que emula el rugby. Para el inicio del invierno, ya sabía que yo era un forward (jugador de choque), había logrado un par de try (anotación), y encontré mi lugar en el scrum (formación para pelear en grupo por la posesión del balón). 

Para inicios del 2023, deje atras algunas telerañas emocionales y apuntalé mi terapia ocupacional con nueva indumentaria. Me regalé un chillante balón amarillo de la selección australiana de ruby (de oferta en Amazón), compré un par de camisetas nuevas para reponer las que se habían jalado en práctica y adquirí lentes de contacto para intentar no recibir el balón con la cara como acostumbro. 

A veces con pereza, a veces sin dinero y otras veces tristón, tengo el hábito de cruzar la ciudad los martes y jueves. Un hábito que es algo pesado porque casi siempre voy desde el poniente fífí hasta un campo en la Agricola Oriental (barrio popular cerca de la frontera entre la CDMX y EDOMEX). 

El día de ayer, un martes de entrenamiento, llegué al campo para otra paliza física y otra limpieza emocional. El coach, como si fuera algo casual (pero no lo era), entregó a varios de los jugadores algún jersey de equipos famosos de rugby. Nos dijo que esperaba que nos quedarán y que era un obsequio de ropero. Empero, leimos entre líneas: era un reconocimiento a las horas de práctica y un exhorto para seguir con la motivación que domina las prácticas. 

Me probé la camiseta de Irlanda para la temporada 2007-2008. Ésta me quedo a la perfección. Me emocioné de vestir por primera vez como esos goliats esmeraldas que vi en el torneo de las Six Nations hace unas semanas por la TV. 

No negaré que el día de ayer, un martes de entrenamiento, estuves más contentó de correr tras una pelota que no alcanzó, de intentar otras mil veces atrapar un balón evasivo y de colicionar contra otros gordos de más de 100 kilogramos. En un martes de entrenamiento, seguía mi vida. 

Cómplice, es momento de sobarme un poco mis tobillos, de salir a trabajar y de recorrer esta contaminada ciudad sin olvidar que gracias al rugby sé que "your mind becomes fast as lightning. Although the future is a little bit frightening. It's the book of your life that you're writing."  

Alejandro

miércoles, 18 de enero de 2023

Flores y un casio

 Cómplice:

¿Cómo va la cuesta de enero? ¿Te has parado en el gimnasio o sigues simulando? ¿Ya empezaste la dieta para bajar los kilos que ganaste por tu propensión a comer por ansiedad? ¿Qué tal el frío por las noches en esa cama que compartes contigo mismo?

Esta mañana mientras me nutría de la lista de bufonadas que realizó el líder presidencial en su circo matutino, llegué a la conclusión de que somos la generación de los corazones rotos. Sin embargo, el problema no es tener el corazón como rompecabezas, si no decidir qué se hace cuando se vive con desamor. 

Desde mi óptima miope veo dos caminos. Por un lado podemos ser como la chica de Barranquilla y exponer (calculadamente) ante todos que la expareja carece de dos de frente. Exponer a esa persona que abandonó una buena fortuna por cualquier baratija. Por el otro, podemos ser como la chica de la sonrisa sureña y acompañar el trago amargo del abandono con ganas de salir adelante por uno mismo. 

Confieso que coqueteo con ambas ideas. En muchas ocasiones, mi desesperación, por haber sido abandonado, me llevo a decirme a mí y a mis conocidos que me habían cambiado por una persona que no era ni la mitad de hombre de lo que yo encarnaba. Esa otra persona no daba la talla ni en panza ni en calidad de esposo. 

Las ideas sin control escalaron. Las dudas y las inseguridad en mi cabeza me hicieron concluir que, tal vez, yo no era un Rolex, pero si un Casio y que me habían cambiado por un cachivache de novedad de Shein. Deseaba que esta persona se arrepintiera de su pésima decisión. 

Me pregunto si tenía derecho a este berrinche. Es posible que no lo tuviera, pero aceptar mi dolor y sanarlo si es mi responsabilidad. Es ahí donde ando. 

En otros pocos momentos y con mucho apoyo de mis amigos y mis medicamentos para la ansiedad, empecé a repetirme que el amor que necesitaba debería provenir de mí mismo y de nadie más. Si alguien me iba apachar, si alguien iba a escribir mi nombre en la arena y si alguien me haría compañía esa persona sería yo mismo. 

El dolor del desamor no iba a desaparecer con una canción; esta ciudad seguiría siendo el hogar de ambos, y este no sería el última vez que tendría que enfrentar una decepción. Lo que si está en mis manos es la dirección que le voy a dar a mis voluminosas emociones y la cantidad de veces que pondré pretextos para llorar como personaje de telenovela. 

Mi autocuidado no puede ser desmedido ni narcisista. Ver por mí es una tarea que requiere atención, mesura y evitar dañar a terceros.   

Tuve que tomar una decisión y vivo con ella. Entonces, acepté que si quería flores (que sí me gustaran), sería yo quien las comprarías. También, acepté que parezco más a un confiable Casio, que resiste los malos tiempos, que a un lujoso marca-tiempos de función contemplativa. 

No necesité tomar una posición exagerada donde no estoy cómodo ni seguir un ritmo que no me quedaba. 

Cada día como hace 33 años y fracción voy a seguir a mi corazón. Sí, mi corazón que con sus latidos, a veces de emoción y otras veces de temor, me marca el compás para mi deambular y que, por supuesto, tiene una cadencia pegajosa.  

Te dejo mi cómplice, es momento de ver que hace el Sr. López con el aeropuerto de la ciudad y seguir con mucho brío. 

Con mucho cariño,

Alejandro.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Sé dar las gracias

 Cómplice: 

El invierno está a la vuelta de la esquina. ¿Cómo te han ido con estos nuevos fríos? ¿Qué se siente recorrer esta ciudad con el viento helado arañando tus mejillas, iluminado por escasas lamparas de camellón y sabiendo que cuando regresas a casa sí regresas a un lugar seguro que tanto añoraste? 

La llegada del invierno es la confirmación de que el año se acaba. Con voz firme es tiempo de hacer un corte de caja y disponernos a ejercer las lecciones aprendidas (las hayamos aprendido por las buenas o por las malas). 

Sé que por muchos, muchos, pero muchos meses me queje de mis desdichas. Acepto que tuve que perder el foco para aprender a dilucidar las emociones, las vivencias y las personas que me hicieron una persona más fuerte, más alegre y más resiliente. 

El día de navidad no me voy a quejar porque mi cena tiene tres invitados y no esa gran familia a la que pertenecí por consorte. El año viejo no lo voy a dejar brindando y bramando por mi impuesta soledad. El año nuevo no lo voy a empezar con rencor por los pedazos que aún me faltan por reacomodar en mi obeso corazón. 

Antes de que acabe el año y para el siguiente que entrará en 30 días, voy a darle espacio a que males como la esperanza, la buena voluntad y la suerte convivan conmigo. Hoy, mañana y el día siguiente, voy a vivir con lo que hay y con algo de optimismo. 

Primero, me dispongo a aceptar, "SIN MÁS PEROS", mi realidad tal cual es y no voy a apacharme más de lo recomendable. Las lágrimas y las risas que tuve en estos 12 meses no las cambio aunque en algún momento renegué del precio que pague por ellas   

Segundo, me dispongo a mostrar gratitud (a Dios) por la vida que hoy tengo. Sé que no lo creerás, pero sé dar las gracias. 

Sé dar las gracias por aprender a vivir la soltería; sé dar las gracias por tener una madre amorosa y un hijo risueño por los cuales velar; sé dar las gracias por un trabajo remunerado que me permite darme mis lujos; sé dar las gracias por mi colección de amistades, quienes cuando lo necesite y cuando lo necesitaron nos pudimos arropar con solidaridad; sé dar las gracias porque este año mi cuerpo, mi alma y mi intelecto fueron mi prioridad, y sé dar las gracias porque tengo la oportunidad de enmendar mis acciones cuando impactan en el prójimo.   

Lo que viví en el 2022 se vivió, crecí un poco (aunque sea a los lados) y no me voy a seguir haciendo la víctima.  La siguiente marcha al sol, la voy a enfrentar con miedo, pero con muchas ganas de volver a salir adelante. 

Finalmente, voy a darle un poco de espacio a la incertidumbre y voy a dejar que la vida se siga abriendo paso como las olas lo hace cuando golpean una y otra vez la costa. Seguiré pese a mis ganas de no hacerlo y aceptaré el resultado aunque la partida la haya perdido. 

Es momento de dejar la computadora para ir a comprar un poco de despensa para llegar a la siguiente quincena. Me siento igual de afortunado que Sam Smith, quien bien dijo que "I'm not a saint, I'm more of a sinner. I don't wanna lose, but I fear for the winners. When I tried to explain, the words ran away. That's why I am stood here today and I'm gonna pray (Lord)... pray (Lord), maybe I'll pray."

Alejandro

P. D. Si olvido mi cortesía, te deseo una bella navidad y muchos buenos momentos el próximo año que inicia. ¡Muchas felicidades!

viernes, 18 de noviembre de 2022

Las mentiras que me digo (y que te digo)

Cómplice:

¿Qué piensas de este cálido y húmedo otoño?¿Dónde te agarró la lluvia de ayer en la noche? ¿Estabas en casa protegiéndote de tus emociones o te sentías valiente para estar afuera exponiéndote a que cualquier golpe reventará la cicatriz en el pecho que crees que va sanando? 

Hoy se cumplen 8 meses de ese día. Hoy me siento roto como ese día, pero no hago escalados por ese dolor. Hoy me levanté, fui a clase, luego llegué a trabajar y, finalmente, por la noche, saldré a cazar una nueva presa en las fiestas "underground" a las que asisto como el último jabalí de la Del Valle. 

Si te cruzas conmigo en el metro, por los pasillos de mi oficina o por las escaleras de mi condominio, me verás con una sonrisa. Si te topas conmigo verás a un adulto funcional que cumple con sus tareas. Si llegas a estar cara a cara conmigo verás que por alguna razón me estoy esforzando por continuar. 

Sin embargo, no es real esa sonrisa, ni el compromiso con mi trabajo ni mis esfuerzos por salir adelante. Son productos artificiales construidos bajo la falsa promesa de que si me repito un millón de veces que estoy bien, entonces en algún momento mi corazón, mi orgullo y mi libido no estará heridos. 

Más a menudo de los que me atrevo a aceptar, oculto mis heridas infectadas a todas y todos los amorosos seres que me quieren. Con mucha frecuencia, mis palabras deseándote un buen día o alegrándome por verte no son verdad. Hay pocas veces que las buenas vibras que emanan de mi boca son buenas, casi siempre son artificios emocionales para el mundo y para mí. 

No quiero decir que soy una mala persona, aunque si me convertí en un gran hipócrita con todos a mi alrededor. Tengo que reconocer que a cambio de no sentirme solo y derrotado, intento estafar a todos, incluso a mí con un afecto que no siento. Las mentiras que me digo (y que te digo) son producto de un deseo desesperado de dejar de ser el triste gordo con el corazón roto.

He caído en esta farsa para no darle lástima al mundo y no darme lástima a mí. Tengo la percepción de que mi amada colección de amistades ya no puede con la carga del Alejandro, el abandonado. Me he dado cuenta que en mi chamba no ven con buenos ojos mi seriedad y mi distancia a tantos meses de mi accidente. Detecto que mi mamá y mi hijo ya no pueden con un patriarca con el bastón roto por la mitad y que no es capaz de cuidar a su familia. 

Me tengo que mentir porque la licencia de dolor se acabo hace algún tiempo. Me dedico a ocultar mis viejos y nuevos errores porque el peso  de mis responsabilidades sobre mis hombros no se reduce. Finalmente, me hago el fuerte porque el dolor no me va a dar de comer, no pagará las cuentas y no lo traerá de nuevo. 

El dolor, así como lo siento, no me dejará nada a favor. Es más, me quitará más de lo que realmente se fue de mi vida. 

Después de esta sesión de confesionario, me voy a pedir perdón una vez más sin esperar una bandera blanca de la vida. Eso no existe. 

Con calma seguiré con mi revisión del informe mensual del INEGI sobre inflación y escucharé a través de mis audífonos a Dido, quien con templanza dice que "I'll let it pass and hold my tongue. And you will think that I've moved on. I will go down with this ship. And I won't put my hands up and surrender. There will be no white flag above my door. I'm in love and always will be." 

Alejandro

domingo, 6 de noviembre de 2022

Un gordo más y no aquel atlas

 Mi cómplice:

¿Qué dice el último cuarto del año? ¿Listo para cerrar con fuerza o dejarás que la vida sigue usando tu cabeza como pelota de basketball?

Te soy sincero todo está bien. Sin embargo, con recelo puedo afirmar que algo está mal. Es mi mente sobre-reaccionado a la brisa, a una lata que es pateada o a una mosca volando a mi alrededor. 

Conozco esta sensación. Reconozco los síntomas: respiración acelerada, recuerdos atacando mi corazón y mis manos temblando sin ritmo ni control.  

Mi bien estoy viviendo una crisis más. Hablamos de ansiedad en su forma más bruta, sin diluir y en cantidades desmedidas. 

Justo ahora, no puedo pensar en lo bueno, no puedo vivir sin miedo; no puedo sentirme en paz.

Me es casi imposible concentrarme en las cosas que si funcionan en mi vida: mi hijo siendo feliz porque su familia lo cuida; mi trabajo donde soy bien valorado y respetado; mi departamento que ya se ha convertido en mi hogar y que es un lugar seguro. 

Si me preguntas que causo esta crisis te diré que cualquier cosa y que nada la justifica. Pudo haber sido la taza extra de café, haber dormido menos de 6 horas, la fecha de pago de la tarjeta, mis variados pasatiempos o lo lento que va el Metro. 

A mi mente no le importa que mi cuerpo y mi alma, con esfuerzo y paciencia, se ha nutrido y ha sanado; a mi mente sólo le angustia que todo puede derrumbarse en cualquier momento; a mi mente sólo le angustia la posibilidad, completamente impredecible, de otra vez, estar solo, herido y desprotegido.

Esta ola de emociones parece incontenible. No obstante, tengo la convicción de que puedo resistir mi auto ataque. 

Voy a seguir mi camino. Sí, como otro martes, iré a entrenar. Voy a darle una pausa de 120 minutos a ese mundo que me oprime por mi propia elección. Voy a ser un gordo más y no aquel atlas que en los hombros lleva la carga autoimpuesta de muchos prójimos.

Se que esta crisis, cómo las miles que he vivido en el pasado, será pasajera. Sin embargo, siento la incertidumbre susurrándome al oído: ¡alerta todo está mal!

Me compré la idea de que hoy soy mas fuerte que esta enfermedad; que los malos días son solo eso días; que mañana saldrá el sol y volveremos a empezar.

Respiraré hondo y volveré a comenzar... 

Como dice los Dragones imaginarios, me quedo en mi camino porque no tengo tiempo para las personas tóxicas, aunque esa persona tóxica sea yo mismo. 

Alejandro

jueves, 6 de octubre de 2022

El juego siguió y hoy respiro con tranquilidad

 Mi querido cómplice:

¿Qué dicen los primeros vientos de este frío otoño? ¿Qué se siente cuando la brisa acaricia cada cana del mechón en tu frente? ¿Qué tal la calma que ahora domina después de la tormenta? 

Sin darme cuenta durante los últimos días la vida volvió a cambiar. Viví sin congojas, soñé sin miedo y reí sin esfuerzo. 

Eso que decían se cumplió: la vida siguió. El río de flujo constante de vivencias se hizo camino y yo me siento yo otra vez. 

Puedo hacer planes, puedo dormir sin recelo y me a pacho sin culpas. El risco aunque erosionado siguió de pie frente al mar y sin pausa recibe cada ola, cada atardecer y cada luna ménguate. 

Esa mentada calma que todos apostaron que iba nutrirme por fin salió del mazo de cartas. Hoy sigo por esta ciudad con otra sonrisa, con muchas ganas y con otra melodía en mis tarareos. 

El juego siguió, no me gusto el resultado; el juego siguió, me seguí lastimando; el juego siguió y hoy respiro con tranquilidad. No hay queja ni reproche. 

Es momento de arrancar el nuevo año electoral mientras vivo este bello presente para ganar en el norte. Es momento de salir a ganarse el taco de hoy y es momento de seguir surfeando por la ciudad lago de Tenochtitlán. 

Me sumo al coro del conductor del trolebús que, desde el alba y con buen ánimo, canta a todo pulmón como el divo de Juárez: "Hoy como otros días yo seguiré tratando ser mejor. Y sonriendo haré las cosas con amor [...] Buenos días, alegría (Buenos días, Señor Sol). Buenos días al amor (Bueno días ah ah)."

Alejandro

miércoles, 21 de septiembre de 2022

El regreso

 Cómplice:

¿Cómo estás? ¿Qué dicen los sismos de septiembre? ¿Recuerdas donde estabas hace media década cuando a eso de la 1 y media el país se movió, luego se paralizó y finalmente todo cambió? Con entereza te puedo decir que sí y que no sabía cuánto se iba a mover el piso bajo mis pies. 

Cómo es mi costumbre te escribo de prisa mientras estoy en una sala de espera del tercermundista Aeropuerto Internacional de Tijuana. Te preguntaras qué hago acá. La respuesta es corta. 

Vine al otro lado de la frontera a la boda de mi hermano. Pero para mi sorpresa este viaje a California me ayudo a curarme esta herida que insisto en mantener abierta. 

Por meses me aferré a creer que el amor era una emoción que se veía en momentos extremos, cuando uno estaba quebrado o se pedía un voto de confianza. Sin embargo, en unos días mi idea del amor cambió.  Hoy tengo certeza de que el amor propio y al prójimo (y su gemela la lealtad), también, se practica a diario y en pequeños gestos: en él buenos días al despertar, en la sonrisa al regresar de trabajar y en abrazo antes de dormir. 

Me termine de perder en las calles de San Diego para saber que ya me había encontrado en mi vida otra vez y que la esperanza por amor seguía en mí. Frente al mar me jure cuidarme y protegerme y de igual forma me hice la promesa darme todo ese amor que espero darle a la vida.

El regreso a México me emociona porque tengo nuevos planes, nuevas metas y muchas ganas de aprender a construirlas con esfuerzo, paciencia y humildad. El regreso no me pesa ni me acongoja como en otros tiempos.

Espero tener mucho tiempo para poner en práctica todas esas lecciones y que tenga una oportunidad de conocer el amor desde esta nueva óptica. Quiero que este viaje marque la dirección a la que si me conviene ir. 

Mi camarada te tengo que dejar porque el avión ya casi despega y quiero que tengas tiempo de leer estas líneas antes del amanecer en nuestra nueva vida. 

Qué suene desde la cabina el sabor de boricua porque a casa regreso contento y listo para lo que venga: “A veces llega la lluvia para limpiar las herida; a veces solo una gota puede vencer la sequía. Y para qué llorar, pa' qué. Si duele una pena, se olvida. Y para qué sufrir, pa' qué. Si así es la vida, hay que vivirla.”

Alejandro

martes, 23 de agosto de 2022

Un aniversario más... de mi liosa gatita

 Cómplice: 

¿Qué dice el balance del verano que hoy termina? ¿Hubo bikinis y tangas al por mayor? ¿Listo para el inicio del airoso otoño? ¿Preparado para los cambios que vienen con las hojas secas? 

No lo sabes o no lo recuerdas, pero hoy se cumplirían 5 años de mi historia de amor con él. Este día debió ser de fiesta y costillas. Esta fecha era para crear recuerdos. Esta efeméride era para reír y gemir de placer a su lado. 

Pero eso ya no fue ni será. No hay más que decir. 

Pensé que sería un día pesado por el recuerdo de esa última cena de aniversario, de esa última noche a su lado o de ese último beso que nos dimos. Sin embargo, los segundos, los minutos, y las horas han fluido sin pausas ni contratiempos. 

A pesar de no estar sufriendo, siento que debo darle sentido a este día. No quiero que sea el día de un aniversario muerto, quiero que sea un día de dicha. 

A partir de hoy, voy a celebrar el cumpleaños de la criatura que se convirtió en mi compañera cuando la noche fue más oscura, que me dio consuelo cuando la soledad me invadió por su abandono, y que ha hecho ameno cada día con sus travesuras felinas. 

Bautizo el 23 de agosto como el día de mi amada Menten, la princesa gatuna más altiva de la Del Valle.  

Mi bien te cuento que hace 2 años, a medio otoño, en el patío de esa casa en la que habité, una pequeña gatita lloraba por hambre y dolor. Una gatilla, aproximadamente de un mes, llegó a la puerta y, pese a mi resistencia, se convirtió en parte de mi vida.  

Al igual que yo, Menten fue abandonada por esa persona que nos juro cuidar. Le agarré más cariño a esta bestia miniatura porque nos hicimos compañeros mientras asimilábamos el gran cambio que estabamos viviendo. 

Finalmente, cuando la mudanza al nuevo departamento se concretó, Menten viajo conmigo. Como yo, con miedo, descubrió nuestro nuevo hogar; como yo, se adaptó pese a las resistencias, y, como yo, se enamoró la de la vista de los cerros del sur de la CDMX. 

[Sonara muy a la Monsiváis, pero debo reconocer que ella goza más el departamento que yo. Más de una vez he encontrado a Menten durmiendo en el alfeizar de la ventana mientras la briza le acaricia los bigotes. Esta acto de pereza la convierte en la única ama de este rincón cerca del cielo].

Recapitulando, yo no voy a llorar cuando a las 20:33 horas se cumplan 5 años del día que me cambio la vida (o al menos eso espero). Hoy, a esa hora estaré entrenando para hacer de mis energías algo más productivo que sufrir y cuando regrese a casa celebraré con mi peluda compañera 2 años de compartir esta vida tan animalesca. 

Compinche, te dejo porque me tengo que preparar para salir. Antes de ello, voy a colocar agua y alimento a mi monstruo atrigrado, después le pediré que se porté bien y, con voz chiqueada, le cantaré  a Menten nuestra canción favorita: Soft kitty, warm kitty. Little ball of fur. Happy kitty, sleepy kitty. Purr purr purr.

Alejandro

viernes, 12 de agosto de 2022

Ciego, sordo y, por voluntad, mudo

 Cómplice: 

¿Despertaste con el suave cantar de la alerta sísmica de la CDMX? ¿Ya empezaste a reconsiderar eso de vivir por encima del quinto piso? ¿Fuiste tan afortunado como yo que no sintió el sismo michoacano porque el insomnio no te invadió por primera vez en meses? ¿Qué se siente que la tierra se siga moviendo mientras tú te sientes petrificado?

Como sabes llevo unos meses asistiendo a sesiones con Delfos, un prominente psicólogo y sexólogo sudamericano, que como su tocayo, me ha mostrado mi pasado, mi presente y mis posibles futuros ahora que soy este hombre soltero. Semana tras semana, mi oráculo en renta me ha enfrentado a mi realidad; me ha orientado en este paraje sin norte, y me ha detenido cuando le hago ojitos a las salidas tangentes para escapar de este sufrimiento. 

La terapia ha sido un proceso duro porque me cuesta seguir al pie de la letra las recomendaciones, advertencias y argumentos que forjo con Delfos. Tampoco me convencen los bien intencionados discursos de los demás que, como un coro afinado, me repiten la misma letanía de valoración externa que inunda la terapia. De hecho, me sorprende que el médico, el cocinero y el contador, todos amigos entrañables y sin conocerse entre sí, me repitan una a una cada palabra que usa el loquero. 

En mi última sesión, Delfos y yo hicimos un ejercicio de rendición de cuentas a mi corazón. Armamos un informe de resultados a 4 meses de terapia con el estilo más tecnócrata que pudimos encontrar. El legemante me informó, contundentemente, que he encontrado un rumbo; que he logrado cuidar de mí a pesar de haberme abandonado, y que he vivido aunque pensé que no habría vida sin él. 

Me parece muy extraño lo que dijo e incluso me reí por incredulidad. Si soy sincero, me entiendo ciego, sordo y, por voluntad, mudo ante todas esas "prominentes hazañas" que me dicen que he alcanzado. Mi dolor, mi frustración y mi soledad no me permiten aceptar que el risco sigue en pie después de una tormentilla más, que este herido jabalí está listo para cazar de nuevo y que este hombre de cristal es más fuerte que un desamor sodomita. 

Sé que si el río suena, es porque agua lleva. Sin peros, voy a dar crédito a esta narrativa que me rodea. En el fondo lo sé: (me) tengo fe. Si no la tuviera, entonces hubiera abandonado la terapia; lloraría más de lo que lo hago, y no sería el gordo homosexual que habita en el apartamento con la mejor vista del sur de la Chilangolandia.

Dejaré que el río siga su curso. Es posible que en el siguiente puerto las risas estén al orden del día y los abrazos no tengan peajes ni cobros ocultos.  

Sigamos con el día laboral y confiemos en las palabras de Conchita Wurst, la reina barbuda de Austria, cuando dice que "you will have another grand romance. Like it's do or die. Never giving in. Always let your heart win [...] Sometimes it's just gonna hurt (yeah), but you gonna live and learn (yeah). You're stronger than you believe you are... you are unstoppable!"

Alejandro