Mi cómplice:
¿Qué dice el extraño viento que recorre la ciudad por las noches? ¿Te ha susurrado su nombre al oído mientras paseas por estas calles solitarias? ¿Has empezado a tener frío y necesitar su abrazo? Dime que eres más fuerte que yo.
Hace unos días fui por primera vez a comprar mi despensa. Como se acostumbraba en los tiempos del amor para obesos, tuve que pasar por el Sam's y por el Costco. No pude ir sólo. En mi primera parada, tuve la compañía de Miguel, y en la segunda tuve que llevar con correa a mi compañero de piso.
Al día siguiente, mientras ordenaba mi día me di cuenta que no sería mala idea regresar a mi mochila mi pequeño neceser de rayas. Esa es una bolsita de secretos que yo llevaba cuando conocí a Giordano. En ella transportaba condones, lubricante y una loción de viaje por si la noche acaba con una visita a un hotel de paso en compañía de un gordo desconocido. Esta fue la primera vez que tuve que volver a cargar mi neceser para salir de mi casa.
Anteayer, después de una jornada de locura en la oficina regrese a casa. Con problemas me arrastré por las escaleras, me vestí con una improvisada pijama y cené cualquier paquete de galletas que había en mi recién abastecida alacena. No pasaron más de veinte minutos cuando el sueño me venció.
Mi cabeza tuvo una travesía de la que difusamente tengo recuerdos. Sin embargo, tengo claro que en mi mente viaje por mi oficina, una playa desconocida y una calle embestida por una fuerte lluvia. Mi alarma sonó como siempre a las 6:41 am y entonces abrí los ojos. Cuando active todo mi sistema operativo, me di cuenta que por primera vez en 10 semanas mi cerebro se dio el permiso de soñar (y que tampoco desperté llorando).
Ayer, la cena del departamento 1010 se llevó a cabo en esa famosa taquería bajo el puente que divide la colonia Xoco y el Centro de Coyoacán. Aquí ocurrió otra primera vez: comer tacos sin él. Hice mi orden, recibí mi plato y consumí su contenido sin pelear que los limones estaban sexos, que la salsa no picaba o que el suadero era que el pastor. Esta cena fue a mi antojo, para mí y sólo para mí.
Finalmente, hoy, mientras mis colegas y yo reaccionamos a las declaraciones del Presidente, reí con naturalidad por un chistorete de un colaborador. Fue la primera vez que reí sin fingir estar de buenas, sin sentirme incomodo por tener que socializar y sin tener que vencer una pesadumbre porque Giordano me dejo.
No sé como definir lo que siento. Tiemblo al pesar cuantas primeras veces he tenido en estos días. Y me siento aterrado por todas las posibles primeras veces que voy a vivir de aquí en adelante. Si tuviera que hacer un ejercicio de definición sobre estas vivencias diría que me siento solo, abandonado, ligero y libre. Ésta es una combinación de emociones que se dilucida caótica en sí misma.
Me siento triste porque habrá por primera vez un pastel de cumpleaños que no compartiré con mi gordo de ojos avellana; me siento mediocre porque tendré que firmar por primera vez mis tradicionales tarjetas de navidad como soltero; me siento confundido porque le diré por primera vez "Te quiero" a un hombre que no sea Giordano; me siento curioso porque empezaré por primera vez a experimentar una vida de soltero con un cómodo apartamento y buen trabajo; me siento calmado porque dejaré por primera vez de llorar por un hombre que me abandonó después de media década de relación.
Mi bien, tengo que terminar esta carta en silencio porque no conozco ninguna canción que describa lo que vivo. Tal vez debo componer una melodía que siga el lento compás de mi sanación y que exprese los altibajos que tengo casi cualquier minuto del día.
Te dejo mientras traduzco mis emociones a acordes que sigan un ritmo no tan taciturno como el humor que aún me caracteriza,
Alejandro.
El sentimiento al leerte es... extraño... no puedo diferir bien si simplemente soy demasiado sensible, o estoy sintiendo una nostalgia genuina pero totalmente ajena...
ResponderEliminarSupongo que lo que realmente me extraña, es darme cuenta de que aún hay cosas tan simples como un escrito que pueden conmoverme.
Gracias, porque me recuerdas que aún puedo sentir.